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Áreas de conocimiento
Los radiólogos somos especialistas con un alto interés en su formación, a la que dedicamos mucho tiempo, no sólo por motivación personal sino que también forzados por la necesidad de respuesta en el acto, como puede ser en una guardia, donde tenemos que realizar el informe sin casi opción a demora para reflexionar. Esto hace necesaria la actualización constante tanto en técnicas como en competencias. Vivimos en una época de cambio constante, y para poder asumirlo sin fracasar en el intento, debemos de buscar herramientas innovadoras que nos ayuden a rentabilizar nuestro tiempo.
Las bases de la Radiología Pediátrica (RP) surgen años después de la formación de la especialidad de Electrorradiología. Comienza a partir de la demanda de los pediatras y su dedicación en esta área. Fue así como John Caffey, que consideraba que la radiología era la inspección interna del paciente pediátrico, divulga el conocimiento de la especialidad, y junto con Ed Neuhauser editan en 1945 el primer tratado de Radiología Pediátrica, considerada “la Biblia de la Radiología Pediátrica”. Transcurrieron después de años enfocados en el desarrollo de las técnicas y equipamiento. Se desarrollaron entonces algunos de los procedimientos tan conocidos hoy como las técnicas con contrastes baritados, contrastes yodados hidrosolubles para angiografías y urografías; además de otros no tan utilizados como el azul de metileno para las linfografías e incluso contrastes naturales como el aire para las neumoencefalografías, que, aunque considerados hoy arcaicos, salvaron las vidas de muchos niños.
En España, al inicio de los años 70 se separan las especialidades de Radioterapia y Radiología y se crean unidades de Radiología Pediátrica dentro de los grandes hospitales. En nuestro país, además, algunos procedíamos de la especialidad de Pediatría.
En estos años se inician los estudios con ultrasonido y aparecen las primeras máquinas de Tomografía Computarizada (TC). En los años 80, 90 y 2000 el desarrollo de la tecnología es vertiginoso, con la aparición de la TC de baja dosis, ultrasonidos de alta resolución, resonancia magnética, tomografía por emisión de positrones (PET) y estudios de fusión TC/PET. Por último, en el siglo XXI, la imagen da un paso importante incorporando el estudio de la función de los órganos y la imagen molecular.
Para la aplicación y adecuación de estas técnicas y la interpretación de las imágenes es necesario el conocimiento de las enfermedades pediátricas, diferentes a las del adulto. Se requiere la formación específica en Radiología Pediátrica y TER pediátricos, lo que agrega eficiencia y precisión en el diagnóstico. Además, proporciona un ambiente de confort y protección imprescindibles para la colaboración del niño y la eficacia en la obtención de imágenes, evitando repeticiones de los exámenes y, por lo tanto, dosis de radiación.
Hemos de insistir al radiólogo que elija esta subespecialidad la necesidad de adquirir el conocimiento de las patologías específicas de la infancia para ser interlocutor válido con el clínico, rechazar exploraciones innecesarias, participar en los comités multidisciplinarios y toma de decisiones en el tratamiento, pronóstico y evolución de la enfermedad. Este planteamiento, que acerca la excelencia a nuestros diagnósticos, no es posible con la telerradiología en la mayoría de los estudios. Esta herramienta, extendida actualmente por la sobrecarga de pruebas, no es recomendable en el campo de la pediatría.
En efecto, las solicitudes de imagen en los niños deben tener un protocolo consensuado entre pediatras y radiólogos infantiles. Se debe precisar qué exploración es la más adecuada: menor radiación, sedación y daño para el paciente.
Ello implica una relación directa con el clínico. Así se ha conseguido desarrollar ampliamente el Ultrasonido y la Resonancia Magnética. Muchas pruebas de radiología convencional y con fluoroscopia han sido reemplazadas por ultrasonidos, como es el caso de la Cistouretrografía, con gran dosis de radiación sobre las gónadas, por la Cistouretrosonografía con contraste de ultrasonidos. También es el caso del estudio del reflujo gastroesofágico, que se aborda con ecografía, el diagnóstico y tratamiento de la invaginación intestinal, etc.
Nos llegan nuevos horizontes con la inteligencia artificial. Su implementación puede mejorar la reducción del tiempo de adquisición de imágenes, de dosis de radiación, y aumento de la calidad de la imagen mediante disminución del ruido en la RM, consecuencias favorables para la precisión diagnóstica.
El radiólogo pediatra es entusiasta en su trabajo, agudiza el ingenio y establece líneas de investigación para procurar disminuir el riesgo al paciente. En nuestro centro, por ejemplo, se ha presentado en el último congreso de la ECR un trabajo que estudia el “RM en sueño espontáneo en lactantes con Melatonina”, evitando el uso de anestesia y posibles riesgos de esta.
George Taylor, jefe de Radiología en el Childrens’ Hospital de Harvard (Boston), destaca la falta de radiólogos pediátricos en el mundo, distribuidos de forma desigual y heterogénea: están incluidos en las unidades pediátricas de los grandes hospitales, pero su ausencia en la asistencia primaria y hospitales de segundo nivel o comarcales es notable, motivo por el cual los radiólogos de adultos acaban atendiendo a los niños.
Por último, el radiólogo pediátrico es una voz imprescindible en todos los comités multidisciplinarios pediátricos y de patología fetal, por su extenso conocimiento de las enfermedades congénitas y defectos embrionarios. Es así como esta subespecialidad aporta y contribuye a la salud del paciente pediátrico.
Dra. Luisa Ceres
Especialista en Radiología Pediátrica
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