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Áreas de conocimiento
La trampa de la vocación
“Ojalá que la aurora no dé gritos que caigan en mi espalda”
— Silvio Rodríguez
(me recuerda al peso con el que amanecemos a veces tras cada guardia: el cuerpo agotado, la mente sin tregua)
Hace unos meses, saliendo de una guardia, leí una noticia sobre dos corredores que fallecieron en una maratón. Gente entrenada, disciplinada, con empuje… y, aun así, su cuerpo no resistió.
Pensé en esas pruebas de resistencia que tanto admiro —y a veces practico— y en el inevitable paralelismo con nuestras vidas. No busco dramatismo fácil, sino señalar lo evidente.
Nosotros, los médicos, llevamos años corriendo otra maratón: la de las guardias presenciales de 24 horas, con apenas las 24 horas siguientes de descanso - una pequeña matización, las guardias del viernes no dan derecho a descanso. Dicen que el derecho a descanso queda embebido en el fin de semana. A diferencia de los corredores, lo hacemos sin aplausos, sin línea de meta, sin amigos que nos animen y sin que esas horas cuenten como lo que realmente son: trabajo.
No es una exageración. Las guardias son auténticas pruebas de resistencia física y mental, sin descanso garantizado, sin sueño asegurado, sin relevos. Muchas veces se viven en soledad y silencio, mientras el resto del mundo duerme o celebra. Fuimos seleccionados para esto: gente con capacidad de trabajo y esfuerzo, capaz de anteponer el logro a su propia salud.
Nuestra carrera no se corre paso a paso, sino con sueño acumulado, luces amarillas de pasillo, poco descanso y el constante zumbido del busca. Es el relato de nuestras guardias: turnos eternos mientras el mundo afuera vive y duerme. A veces me recuerda al mito de Sísifo, empujando una piedra sin fin, como ese listado de estudios que vuelve a llenarse en cuanto crees haberlo terminado.
Y aunque forman parte estructural del sistema, las guardias no computan como horas de trabajo semanal, ni cuentan para la jubilación. Es un esfuerzo invisible, un agujero legal más propio de otra época que de un sistema moderno.
Ponerte enferma es prácticamente la única forma de librarte de una guardia, y aun así, supone otro problema: cuando ya está el cuadrante cerrado, encontrar a alguien que te cubra es una odisea. La mayoría tiene su vida organizada, responsabilidades personales y está agotada tras encadenar guardias sin apenas descanso. Pero además, el sistema cuenta contigo: se espera que estés disponible para cubrir la ausencia de otros, que dejes tus propios planes en pausa, que pongas tu vida “en modo espera”, sin que eso tenga reconocimiento alguno. No hay compensación por estar disponible; solo se paga si finalmente haces la guardia. Pero ese “estar ahí por si acaso” también es un coste, y nadie lo asume.
Hay una gran diferencia con las carreras de fondo: en una maratón eliges si te inscribes. En las guardias, no hay opción. Solo puedes detenerte si estás lesionado, y debes justificarlo. O corres siempre, o te sales del circuito, eso sí, por tu cuenta y riesgo. Porque entonces, quizás los miembros de tu “tribu” te miren como un débil, un cómodo o un egoísta. El sistema nos ha moldeado así: competitivos y exigentes, con nosotros y con los demás.
¿Pero quién desafía la norma? ¿El sistema, el que juzga o quien simplemente se cuida?
Se endulza esta dinámica autodestructiva hablando de vocación, compromiso y sacrificio. Pero, ¿cuándo deja el sacrificio de ser virtud para convertirse en imposición? ¿En qué momento trabajar 24 horas seguidas deja de ser heroicidad y pasa a ser negligencia institucional?
Con los años, esta maratón se vuelve más exigente: envejecemos y se nos exige más. Las técnicas son cada vez más complejas, los equipos más sofisticados y la actualización constante es imprescindible.
Y aparece la paradoja: por la mañana se nos pide subespecialización; por la tarde, saber de todo. ¿Cómo puede ser que en pleno 2025 se tolere —y se normalice— este modelo absurdo?
La respuesta es incómoda: somos mano de obra barata, funcional y fácil de silenciar porque seguimos cumpliendo. Seguimos yendo a las guardias, tragando con condiciones durísimas, y, aun así, intentando hacerlo lo mejor posible.
Pero ese esfuerzo sostenido, en lugar de ser valorado, se ha convertido en la excusa perfecta para que todo siga igual.
“We’re just two lost souls swimming in a fishbowl, year after year”
— Pink Floyd
Así nos sentimos a veces: atrapados en una rutina que se repite, sin salida, sin reconocimiento.
Son pocas las ventajas: continuidad asistencial, aprendizaje intensivo, trabajo en equipo (aunque bajo presión extrema). Incluso estos “pros” se erosionan cuando falta descanso, sobra trabajo y tomamos decisiones críticas con la mente nublada por el cansancio.
En las carreras suelen darte una medalla al cruzar la meta, como recuerdo de tu hazaña. Nosotros no pedimos medallas al terminar una guardia. Solo un sistema que no se alimente del sacrificio perpetuo de sus profesionales. Que reconozca las guardias por lo que son: trabajo. No un favor vocacional, ni una penitencia heredada.
Algunos dicen que “siempre ha sido así”. También hubo un tiempo sin vacaciones, sin voto femenino, sin anestesia, y con residentes trabajando 48 horas seguidas como prueba de fuego —como los espartanos con sus hijos—.
Hoy todo eso nos parece una aberración.
Entonces, ¿por qué seguimos normalizando el sacrificio extremo como sinónimo de excelencia, tanto en el deporte como en la medicina?
Ojalá no tengamos que morir, como esos corredores (con todo mi respeto a ellos y sus familias), para que alguien entienda que el cuerpo humano tiene un límite.
Ojalá dentro de 10 años alguien lea esto y diga:
“¿De verdad que los médicos hacían todo esto y se consideraba normal?”
Ojalá. Y si no llega ese día, que al menos estas palabras incomoden a alguien, remuevan conciencias, enciendan una luz en este desierto de resignación.
“Correr sin saber en qué kilómetro está la meta desgasta y pierde sentido.
Curar sin cuidarse a uno mismo también desgasta, y con el tiempo, hace perder el sentido de este trabajo que tanto amamos.”
“Now you’re just somebody that I used to know”
Gotye
(Dirigido tanto al sistema que nos ha dejado atrás, como a nosotros mismos, cuando ya no nos reconocemos en lo que hacemos, pensamos y sentimos por la medicina)
Y no somos pocos los que compartimos esta inquietud. Porque más allá del cansancio y la sobrecarga, también parece últimamente que se está produciendo una transformación profunda del contexto en el que trabajamos. Por eso, tras esta reflexión sobre la trampa del sacrificio, resulta necesaria otra mirada más optimista y necesaria: la de quienes analizan cómo está cambiando nuestra profesión desde dentro como hace Paco Sendra en su carta.
Quiero agradecer nuevamente en este trimestre a mi compañero Jesús Vivancos por su ayuda en la redacción de esta carta.
Luisa Nieto Morales
Editora Jefe Espacio Editorial Virtual
Cómo ha cambiado la radiología —y la formación— en los últimos años
Francisco Sendra Portero
La radiología ha cambiado mucho en pocos años. No solo por la tecnología, que es evidente, sino por todo lo demás: el sistema, la formación, las expectativas. Esta no es una revisión técnica ni un análisis completo. Es una reflexión personal. Una mirada sobre los cambios recientes y sobre lo que probablemente está por venir.
El tiempo pasa muy rápido, tal vez demasiado. Puede que sea porque uno tiene cierta perspectiva y ve un largo camino al mirar hacia atrás. Parece que fue ayer cuando nos preguntábamos cómo sería el siglo XXI, y ya hemos consumido una cuarta parte de él. Me pregunto cómo ha cambiado la radiología en estos últimos años y se me viene a la mente que no es solo una cuestión de tecnología (que también), sino de cómo ha cambiado la vida y la sociedad.
La radiología es una especialidad apasionante, en gran parte por lo tecnológico. Siempre lo ha sido. Somos una de las especialidades que han estado en el centro del cambio, desde la película y el revelado fotográfico hasta el PACS, de la “imagen de lo invisible” —la radiografía, que tantas vidas salvó y ayuda a salvar—, hasta la TC dual o la RM multiparamétrica; del procesado de imagen digital hasta la irrupción de la inteligencia artificial, que ya empieza a cambiar nuestra práctica diaria. Lo tecnológico transforma nuestra manera de trabajar, de pensar, incluso de mirar, pero detrás de nuestro trabajo hay un procedimiento exhaustivo, como en la realización de la ecografía o la práctica de un procedimiento intervencionista guiado por la imagen, donde lo prioritario es qué le pasa al paciente y cómo podemos diagnosticarlo e incluso solucionarlo. Los cambios tecnológicos nos obligan a estar al día, a reaprender, a adaptarnos. A veces con entusiasmo, otras por pura necesidad.
Me viene a la cabeza cómo ha cambiado la formación en radiología en un cuarto de siglo. Pero ¿cómo son hoy los residentes y los estudiantes de medicina? Son diferentes, tienen otras prioridades, parecen menos ilusionados con el sistema sanitario. O tal vez priorizan su vida privada frente a un sistema fallido que causa hastío en sus mayores, en sus referentes. ¿Es el entorno que les ha tocado más incierto, con contratos basura, con guardias infinitas, con servicios tensionados al límite? ¿O estamos viendo la generación que dice basta, o sencillamente piensan: no es para mí? Una juventud algo hedonista que tiene el mundo a su alcance, un mundo donde hay países que les ofrecen oportunidades mejores. No olvidemos que la radiografía actual de la situación de los médicos es una huelga general reciente y otra anunciada en unos meses. ¿Entendemos su desapego o les pedimos entusiasmo? No tengo una respuesta definitiva.
Por otro lado, hay una abundante cantidad de material educativo —también de radiología— accesible 24/7 gracias a internet y los dispositivos móviles. Este acceso continuo y ubicuo a la información es una gran ventaja, pero nos está cambiando a todos, especialmente a los más jóvenes. La inmediatez, la prontitud, la falta de paciencia para elaborar y razonar contenidos están modificando la forma en que se aprende. Todo tiene que ser corto, claro, directo. Preferiblemente en vídeo. Mejor si son imágenes. Mejor si es ahora. Y eso tiene consecuencias. Se pierde profundidad, se pierde contexto, se pierde el hábito de dudar y contrastar. Se gana velocidad, sí, pero a veces a costa de la reflexión y del pensamiento crítico. ¿Estamos perdiendo habilidades? En palabras del Catedrático de Salud Pública Miguel Martínez-González, “las pantallas están trastornando la salud pública y lesionando gravemente a una generación entera” [1]. El profesor alerta de una “epidemia de entontecimiento masivo” causada por el uso excesivo de pantallas entre los jóvenes. Sostiene que estas distraen, disminuyen atención, memoria e inteligencia, y están detrás del aumento de problemas de salud mental. Desde hace varios años, en sus clases prohibió dispositivos electrónicos, y tras un pacto con los alumnos en el que estos aceptan solo tomar apuntes a mano, ha observado mayor atención y rendimiento. Una experiencia que da que pensar.
Volviendo a la tecnología, el avance reciente más relevante ha sido sin duda la Inteligencia Artificial (IA). Aprovechando lo aprendido en los programas de diagnóstico asistido por ordenador a finales del siglo XX y principios del XXI, el desarrollo de las redes neuronales artificiales convolucionales ha permitido una mejora notable en el reconocimiento de patrones y en la detección y la segmentación automática de hallazgos. Aplicaciones en radiología como la identificación de nódulos pulmonares, la detección precoz de fracturas o el análisis automatizado de imágenes mamográficas ya forman parte del trabajo diario en muchos centros, a través de herramientas comercializadas. Durante un tiempo se ha planteado que la IA va a acabar con el trabajo del radiólogo. Se han hecho numerosas encuestas a estudiantes, residentes, radiólogos y técnicos sobre la opinión del papel de la IA en radiología y el riesgo que puede suponer para la profesión. En el editorial de European Radiology “Inteligencia Artificial en Radiología: ¿Quién le teme al lobo feroz?” plantean la respuesta: hay escasa formación en sus principios básicos y cierta aprensión frente a su integración [2]. Por ello, instan a introducir formación reglada sobre IA en la educación médica y a que los radiólogos se involucren activamente en la validación e implantación responsable de estos algoritmos. La Sociedad Europea de Radiología ha salido al paso del primer punto creando un capítulo sobre IA en Radiología en su colección de libros electrónicos para pregrado [3], pero aún hay mucho por hacer.
Aún circula la idea de que la IA sustituirá al radiólogo, con cierto tinte de “prensa amarilla” que se debe contrarrestar. Es esencial crear aplicaciones y contribuir activamente a su desarrollo y validación, colaborando codo con codo con expertos en tecnología. Tal vez convendría priorizar aquellas herramientas que permitan automatizar tareas repetitivas del radiólogo, como el etiquetado de datos, cuya implementación puede acelerar y mejorar el desarrollo de nuevas aplicaciones de inteligencia artificial. En cualquier caso, no basta con desarrollar herramientas útiles; hay que hacerlo dentro de un marco legal y ético que garantice su uso responsable. Según la regulación de la IA en la Unión Europea, estas aplicaciones se consideran de alto riesgo y exigen supervisión humana efectiva [4]. Esto implica que el radiólogo no puede limitarse a “usar” la herramienta, sino que debe entenderla, validarla, saber cuándo confiar y cuándo no. No se trata de delegar, sino asumir una nueva responsabilidad. Esto afecta no solo a la práctica diaria, sino también a la formación, al desarrollo profesional y a la cultura de la seguridad clínica. Por eso es tan importante que los radiólogos nos impliquemos desde el principio en la creación, la implementación y el seguimiento de la tecnología IA.
Pero si uno pregunta a cualquiera qué es la IA, te va a hacer referencia a ChatGPT, a la inteligencia artificial generativa, a los Grandes Modelos de Lenguaje: una forma especializada de IA entrenada para procesar lenguaje natural, que ha “adelantado por la derecha” a otras aplicaciones, con un desarrollo masivo y de gran popularidad. Los grandes modelos de lenguaje (LLMs, por sus siglas en inglés) son sistemas de IA diseñados para procesar y generar texto de manera coherente, a partir del análisis de enormes cantidades de información escrita. Utilizan arquitecturas neuronales avanzadas que les permiten entender el contexto de las palabras y responder o redactar con un alto nivel de fluidez. No comprenden el lenguaje como un ser humano, pero son capaces de imitarlo con gran precisión. Estos modelos no solo responden preguntas, sino que también pueden redactar informes, resumir artículos, traducir, corregir estilo, mantener conversaciones o crear imágenes. Algunos de los más conocidos son ChatGPT (OpenAI, San Francisco), Gemini (Google, Mountain View), Copilot (Microsoft, Redmond) y LLaMA (Meta, Menlo Park). Su desarrollo ha abierto nuevas posibilidades también en medicina, donde pueden apoyar tareas como la generación de informes clínicos, la revisión de literatura científica o la formación médica, especialmente cuando se integran de forma responsable en entornos supervisados. En radiología, la combinación de modelos de IA generativa permite aplicaciones como la creación de imágenes sintéticas para aumentar datasets, la mejora de calidad de imagen, el modelado de evolución de enfermedades o la integración de datos clínicos e imagen para la toma de decisiones [5]. Estas herramientas pueden ser muy útiles en diagnóstico y formación, pero para usarlas en la práctica clínica hay que validarlas bien, proteger los datos y asegurarse de que se aplican con criterios éticos. Todo ello solo es posible si se fomenta una colaboración abierta entre radiólogos, técnicos, expertos en inteligencia artificial y responsables institucionales.
La IA, probablemente la gran aportación tecnológica reciente, ofrece al radiólogo herramientas para automatizar tareas repetitivas, detectar, segmentar y clasificar imágenes. También permite generar datos sintéticos que mejoran el entrenamiento de modelos, optimizar la calidad de imagen, facilitar la elaboración de informes estructurados y ofrecer soporte en la interpretación multimodal. Todo ello puede contribuir a que el radiólogo se centre en el juicio clínico y en la toma de decisiones individualizadas para cada paciente. Pero es imprescindible que la incluyamos en nuestro cuerpo de conocimiento, que nos impliquemos en su desarrollo y supervisemos con responsabilidad su uso clínico. Para ello, el método y el aprendizaje riguroso de nuestras competencias como radiólogos seguirán siendo imprescindibles.
Referencias
- Sanmartín OR. El catedrático de Medicina que ha hecho un pacto con sus alumnos para volver a los apuntes a mano: "Hay una epidemia de entontecimiento masivo por las pantallas" [Internet]. Diario El Mundo. 2025 jun 5 [citado 2025 jun 25]. Disponible en: https://www.elmundo.es/espana/2025/06/05/6840a4c721efa027438b4600.html
- Gallix B, Chong J. Artificial intelligence in radiology: who’s afraid of the big bad wolf? Eur Radiol. 2019 Apr;29(4):1637– doi:10.1007/s00330-018-5995-9
- ESR European Society of Radiology; Akinci D’Antonoli T, Rockenbach MABC, Cruz e Silva V, Huisman M, Kotter E, Koltsakis E, van Ooijen PMA, Ranschaert ER, Yilmaz P, et al. Artificial Intelligence in Radiology. In: ESR Modern Radiology eBook. 2024. DOI:10.26044/esr‑modern‑radiology‑08/AI in Radiology
- Morales Santos Á, Lojo Lendoiro S, Rovira Cañellas M, Valdés Solís P. La regulación legal de la inteligencia artificial en la Unión Europea: guía práctica para radiólogos. Radiología. 2024;66(5):431–446. doi:10.1016/j.rx.2023.11.008
- Koohi-Moghadam M, Bae KT. Generative AI in medical imaging: applications, challenges, and ethics. J Med Syst. 2023;47(94). doi:10.1007/s10916-023-01987-4.
